Como un mal hábito,
descubro de repente
esta costumbre de lamentar
lo no vivido,
lo escaso,
lo excesivo,
el hacer,
el estar,
el no,
el si
la queja silenciosa
se acomoda sagaz en mi cabeza
como tormenta y tormento
que no cesa y que acosa
todo es pared, laberinto y selva,
es decir:
obstáculo,
sin-salida,
espesura
qué me salvará de esta incomodidad
que es mi “yo” sonámbulo
sin la conciencia de las cosas buenas
y me quejo
quién hablará de mis días de lucha
si el miedo es mudo
y me quejo
cómo llegaré al principio del camino
si no hay ninguno a mis pies tampoco
me pierdo mientras ando entre vacíos
y así,
me quejo una vez más
la tormenta lo sabe y por eso es
tormento demencial, quejadera, joda
cada que musita gime, chirrea, se queja…
caen lágrimas enormes
como goterones pesados
y mi vida, a nivel del piso,
se tiñe roja frente a un cristo
que parece no mirarme
y me quejo
me quejo y me lamento,
como ayer, me lamento,
como ahora, ya lo dije, es un hábito
refunfuñando, lloro como tormenta anciana
que habla y se queja por mi boca
mientras tanto,
ni me veo, ni me escucho,
tampoco se me ocurre el lamento
ni una sola queja o diminuta protesta,
por esta ceguera patética de mí.
IRMA P.
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