Aquello que vemos como el fin de la lozanía,
del ímpetu y majestad del hueso,
de la sangre y la piel,
conlleva una algarabía silenciosa y
una infantil ilusión amansada en su interior;
el intangible anhelo con que avivamos
la continua sucesión del hilo que cose
apasionado y fino
el ajuar de las edades del tiempo
eso es, un avistamiento sin distancia
a los saldos a favor y en contra que,
desde la privilegiada condición de "ser vivo" en tránsito y
en constante patrullaje de
razonamientos, sentimientos y sentidos,
eventualmente nos ubica
-tras una vida de tenaz sobrevuelo dentro de un mundo subacuático
de cíclicas mareas terrenales-
a un escalón -de paso grande-,
por encima de las preguntas que nos hicimos tantas veces
sobre el acierto de los derroteros,
la consecuencia de las primeras veces y el sentido vital de todo
eso es, el punto de madurez que,
en-vejez-siendo, conserva rejuvenecida
la intención de movilidad y de deseo y de más,
que detalla perfecto el trazo que dibujamos en el tablero del tiempo
y la huella del mordisco que dimos por gula, hambre o saciedad
eso es, la sustancia activa que permanece, es decir,
la protagonista de la reciprocidad del amor
eso es, la evidencia propia y explícita
de los aciertos categóricos que no
ofendieron flora y fauna, pero también, de los errores que, reincidentes,
humillaron la cortesía de las ternuras y tesituras de la especie
eso es, la altura a la que llevamos en justo relevo,
la antorcha palpitante de nuestros
presentes antepasados;
la oportunidad de ser ojos de otoño anunciando ascensos de primaveras y,
desde aquel anhelo de ocre sabiduría arcillosa,
prever un invierno de fuego continuado
que atenúe el sobrepeso del frío y la hipertensión de los estragos
eso es, la gran finalidad de un principio y,
el principio de la finalidad;
la tangible lozanía, ímpetu y majestad
del primerísimo respiro a la vida,
-sostenido en notas de aire de cortos nombres con la duración de un aplauso-
hasta el término de gracia
de la precisada completitud.
IRMA P.
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