No podemos ser iguales en términos de características personales y talentos, porque somos hijos del sagrado, sabio y constante movimiento universal; lo que nos hace particularmente originales, individuales, diversos, privilegiados y únicos.
Uno es uno y el otro pues, NO es uno. Creo que la abierta comprensión de esa afirmación (tan aparentemente obvia) y su aceptación, es la emulsión divina que engrasa toda relación; o sea, la esencia escencial de respeto, principio y fundamento de todo. Creer lo contrario mientras nos movemos y convivimos, es abortar la misión personal e infestar de egoísmo la del otro; es la forma más violenta de invalidarlos y la más pobre de considerarnos; es la merma o disfunción más grave de la humanidad.
I.P.
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