Qué problema cuando se tapan los sifones,
se amanece con el agua al cuello y
la humedad calada dentro de los huesos;
todo lo que cae encima se va juntando
y formando una densa bola de mugre y desperdicios
que taponan y dejan sin salida
el único camino que permite continuidad,
descarga, fluidez, limpieza y respiro
no se puede vivir con las rodillas tiritando
y la casa con las paredes blandas;
tampoco engañar al olfato si los desagües pierden
la apertura de sus rejillas y su capacidad de curso libre
los sifones son eficientes conductos
comunicantes y liberadores;
son como gargantas abiertas por donde ha de pasar
el lodo nocturno y la luz del día
de un lado a otro sin atascamiento;
si no es así, esa tubería siempre estará ahí
para recordarnos que algo no circula bien y que,
no será de otro modo,
si no se interviene, inmediatamente,
con algún poderoso solvente o la herramienta indicada;
que no valdrán aromas que disfracen de dulce el aire
ni sofisticados sistemas de secado
para lo que asciende rancio y largamente estancado;
que su contenido se retirará por impulso y por momentos
pero que, sin opción, siempre se devolverá drásticamente,
haciendo notar la fuerza de lo que yace represado,
amenazando desborde y revolución;
sí, así como lo hacen esas cosas procrastinadas
en las cañerías del alma
cuando se tapan los sifones puede suceder cualquier cosa
pero, qué iba a yo a imaginar
el derrotero al que iban a dirigirse estas palabras;
había querido contar lo que vi esta mañana cuando
vi correr alegremente el agua
hacia un sifón des-obstruido por mi escoba
siendo así, terminé escribiendo -porqué no decirlo-
sobre algo que nos pasa a todos en la vida,
en lo cotidiano,
en los intestinos,
en lo profundo,
en los insondables silentes sifones del alma.
IRMA P.
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