En mayor o menor grado, todos actuamos en la vida y me refiero a actuar, como acto inconsciente. Podría decirse que quizá es un recurso propio del instinto de supervivencia, como artificio de ayuda y puerta de salida cuando nos vemos "encartados", en aprietos, en dudas, inconformes, decepcionados, pequeños, perdidos o avergonzados, con lo que realmente somos y con lo que de verdad sentimos. Interpretar un papel profesional y artísticamente es otra cosa y además maravillosa que no sólo requiere vocación pero también un altísimo nivel de sensibilidad y al mismo tiempo de cierto desapego de la propia identidad.
Lo que de verdad sentimos... ¿Alguien lo entendería, eh? ¿Alguien quisiera entenderlo? ¿Quién nos querría por ello... A pesar de ello?
Todos estamos andando y lidiando cada minuto con un libreto elegido, el que mejor nos va, el que nos da valoración y reconocimiento, el que más gusta, el que más divierte, el que recoge toda la aprobación, el que por eso nos quieren... Pero no nos digamos mentiras, ¡qué cansancio! ¡Que absurda carga, qué inútil! Aparentar es un verbo que pesa como la mole de una mentira que contiene otras y, encima, tiene un costo que no lo paga ni siquiera el aislamiento de una soledad perpetua.
Todos estamos andando y lidiando cada minuto con un libreto elegido, el que mejor nos va, el que nos da valoración y reconocimiento, el que más gusta, el que más divierte, el que recoge toda la aprobación, el que por eso nos quieren... Pero no nos digamos mentiras, ¡qué cansancio! ¡Que absurda carga, qué inútil! Aparentar es un verbo que pesa como la mole de una mentira que contiene otras y, encima, tiene un costo que no lo paga ni siquiera el aislamiento de una soledad perpetua.
No debemos olvidar que la vida es de verdad bella, ES BELLA, pero para la gran mayoría no es fácil la jornada de vivir y menos si nos acompañan ciertos desequilibrios, enfermedades o el consumo de todo lo que puede ser autodestructivo y nocivo, en general.
Yo misma me declaro uno de ellos, sin embargo, no podría compararme con estas personas que han pasado por mi vida, que están, que me rodean, que veo a diario, que admiro, que me acompañan... que amo... que sufren, que luchan cada segundo de cada día, contra tanto demonio que ha alimentado el mundo, contra el desprecio, el abandono, contra la ignorancia sobre tantas patologías, enfermedades y adicciones, condiciones que nadie elige en un principio para sí y porque si, y que han sabido cómo ganarle terreno a las múltiples y ya robustas debilidades del hombre.
Yo misma me declaro uno de ellos, sin embargo, no podría compararme con estas personas que han pasado por mi vida, que están, que me rodean, que veo a diario, que admiro, que me acompañan... que amo... que sufren, que luchan cada segundo de cada día, contra tanto demonio que ha alimentado el mundo, contra el desprecio, el abandono, contra la ignorancia sobre tantas patologías, enfermedades y adicciones, condiciones que nadie elige en un principio para sí y porque si, y que han sabido cómo ganarle terreno a las múltiples y ya robustas debilidades del hombre.
Uno no cree que aquellas personas, y mírelas bien, las más receptivas y sensibles, las más entusiastas, las de los apasionamientos, las del desborde emocional, las que traspasan inconformidades, las que tocan los extremos, las que estallan de alegría cuando aman y cuando no aman... ¡estallan! Esas personas, las más vulnerables quizá, las que están expuestas a todo fuego y a todo frío, a todo ardor y a todo amor, a todo tiempo y a todo sentimiento, uno no cree pero son fundamentales, vitales a la hora de vivir. Por eso cuando se marchan, la vida pierde un poco su sonrisa.
IRMA PÉREZ, La Pillis
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