Hay nombres propios
que son referentes
de deseo de olvido,
que son sensación de
sabor metálico,
textura de pavimento,
caminos empañados como
espejo de ególatra,
callejones estrechos
atorados en su arrogancia,
trágicos símbolos del amor ausente y,
como las calles de una sola vía,
"finitos", prematuramente,
a mitad de esa palabra.
Pero hay otros nombres,
en cambio, que son
cascabel alegre en los tobillos,
letrero de neón en la garganta de la noche,
banda sonora de un momento sin cicatriz,
merengue dulce en
la boca salada,
apodos y apelativos que evocarlos o pronunciarlos
son garantía de
equivalencia y reciprocidad,
la confirmación confiable y plena
de que siempre que
se traen a la memoria
o se nombran,
se llega a casa..., a casa.
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"Toda crítica verdadera es un acto de amor".