No soy distinta a ti, mujer;
me duelen igual tus esguinces y tus heridas,
la torcedura de la certeza y todas sus dudas
del inflamado miedo, sufro toda su fiebre,
de la enconada mentira, toda su pestilente pus
huyo de la rapacidad del egoísmo
aunque a vecesme alcanza
e igual, me cobra
no soy distinta a ti, mujer,
estoy de tu lado,
al lado tuyo,
enfrente de tí por si caes de bruces;
atrás, como sombra redonda y móvil
tengo la piel delgada debajo de los ojos,
encima de las manos y del sentir;
me levanto por un sueño
y me acuesto a soñarlo
como tú, sé del salto al vacío,
a la cama, llena de cansancio;
estamos en lo convexo y en
lo cóncavo del amor
somos la boca para la palabra,
el beso,
la oración
la mano trabajadora,
la tierna,
la empuñada
no soy distinta a ti, mujer,
ni al hombre que
me lee ahora y pasa saliva
él, que ha de parir su propia vida
-a diario-
como tú,
como yo,
y se verá en mí y yo en él;
se reconocerá en las similitudes
y se conocerá en las diferencias;
en este poema sin género ni genialidad,
tan lleno,
sólo,
de parecidos.
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