Aveces,
cuando camino la desconocida calle,
cuando me encuentro en las vitrinas
o en las ondas de algún charco,
en los ojos de un retrovisor
o en la tapita del labial que uso
cuando la multitud que me rodea
se atora en los ascensores,
en las puertas giratorias,
en los semáforos en verde y
cuando espero
el paso,
el turno,
la hora,
el timbre o la moneda
cuando preparó el café,
cuando me cuelgo el bolso,
cuando escribo mi firma en
la hoja del día o, del poema
a veces
-cuando todo eso-
tengo esa sensación
recurrente,
pasmosa,
sublime como lágrima espiral y silenciosa,
de una caricia profunda en mi pelo,
de un roce acentuado en la mano,
de una sombra a la izquierda o,
a la derecha, un abrazo,
de un místico beso
casi húmedo,
casi cálido,
casi intenso,
en todo el centro
de mi soledad absoluta.
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"Toda crítica verdadera es un acto de amor".