Pensaba que no me gustaban las multitudes, por razones distintas a esta de saber ahora, que mi soledad aumenta en la misma proporción que aumentan ellas alrededor mío.
Mi soledad tiene un rostro conocido y otro, que nadie se imagina; este último, no ríe, no llora, no habla, no juega y no abraza. Mi soledad, la otra, está tan aterrada como yo, de no encontrarnos en el mismo espacio pequeño e íntimo en donde solíamos sentirnos tan acompañadas y para nada extrañas, la una de la otra.
Pensaba que no me gustaban las multitudes y, es cierto.
Mi soledad tiene un rostro conocido y otro, que nadie se imagina; este último, no ríe, no llora, no habla, no juega y no abraza. Mi soledad, la otra, está tan aterrada como yo, de no encontrarnos en el mismo espacio pequeño e íntimo en donde solíamos sentirnos tan acompañadas y para nada extrañas, la una de la otra.
Pensaba que no me gustaban las multitudes y, es cierto.
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