Danza, danza por mí,
sé fibra y fuerza de mis piernas,
sé mi maestra hora de vuelo,
sé pluma ligera para mis alas,
concédeme ese ascenso sobre
tus pies de hierro,
llévame a donde la música
me hace pájaro de tu cielo.
I.P.
Danza, danza por mí,
sé fibra y fuerza de mis piernas,
sé mi maestra hora de vuelo,
sé pluma ligera para mis alas,
concédeme ese ascenso sobre
tus pies de hierro,
llévame a donde la música
me hace pájaro de tu cielo.
I.P.
Hace un buen tiempo
me quedé sin qué decir,
y esto que digo
no debería ponerse en duda
aunque no haya dejado de
sonarme la voz o la cola de cascabel
cada vez que haya rugido la amenaza
-bendita pandemia, dice la muerte, desde
la abundancia de su buffet-
la verdad es que
tengo en el pecho una laguna;
de su fondo, hondo,
sube un pasmoso y lúgubre silencio,
y una queja aúlla vapores metálicos
sobre la visual de la superficie
como un espinoso tapete de larguísimo llanto
por el que va caminando una
interminable procesión de palabras,
todas ellas, vestidas de luto
no es la mudez del despreciado
ni el mutismo de la violentada;
no es la reserva del cauteloso
ni el desconsuelo del doliente;
hay en la garganta
-de todo el que tiene garganta-
un hilo de aire haciéndose nudos,
un grito brutal apretado, atorado;
hay una mueca en el rostro de la vida que,
con los ojos cansados y llenos de lágrimas,
va sonando como puede y diciendo:
¡maldita pandemia, por fin muérete!
Irma Pérez
La mejor manera de recordar que estamos vivos es
¡ E M O C I O N A N D O N O S ! Los niños lo tienen clarísimo, sólo hay que observarles. De pronto, se preguntarían: "Y, ¿de qué otra manera?"
Usted lee esto y pasa. Claro, no es cosa de decirlo y sentirlo, y ya está. "Los grandes" hemos vivido, nos ha ido mal, nos ha dolido; no hemos olvidado, no volveremos a..., tantas cosas. Sin embargo, nos escondemos a la hora de aceptar que no sentirlo y no hacerlo (emocionarnos), involucrando todos los sentidos, reconociendo las sensaciones, disfrutando los placeres que provienen de allí, conocer y conocernos, no buscar eso, no disponernos, no imaginarlo es, ya en sí, un trágico e imperdonable destino para una biografía irrepetible.
No podemos conformarnos con respirar tan sólo, pues el vivir comienza justamente en el segundo siguiente.
I.P.
El miedo a equivocarnos corrompe la posibilidad de hacer, de experimentar, de conocer, de estar, de ser, ¡de todo! Podríamos decir, que otorgarle poder y dominio a ese miedo es ya, en sí, la equivocación en pleno. Es como estar sometidos a un temblor en las convicciones y en el criterio propio, en la confianza y el amor hacia uno mismo. Cómo saber nuestro alcance o desplegar el potencial del beneficio que está en nuestras manos, si cada momento desperdiciado es la oportunidad que tuvimos para verlo realizado. Igual, si nos equivocamos, estaremos liberando el tenso nudo de aquello que es anquilosamiento y resistencia bruta para la continuidad de los sueños que precisan un franco derrotero y confiables coordenadas en cielo abierto. Al final, y después de todo, siempre hay un verbo disponible y posible: Rectificar.
El beso:
el redondo