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jueves, 29 de abril de 2021

EL TAPABOCAS DE LA PANDEMIA

Hace un buen tiempo 

me quedé sin qué decir,

y esto que digo 

no debería ponerse en duda

aunque no haya dejado de

sonarme la voz o la cola de cascabel 

cada vez que haya rugido la amenaza


-bendita pandemia, dice la muerte, desde

la abundancia de su buffet-


la verdad es que 

tengo en el pecho una laguna;

de su fondo, hondo, 

sube un pasmoso y lúgubre silencio, 

y una queja aúlla vapores metálicos 

sobre la visual de la superficie

como un espinoso tapete de larguísimo llanto 

por el que va caminando una 

interminable procesión de palabras, 

todas ellas, vestidas de luto


no es la mudez del despreciado 

ni el mutismo de la violentada;

no es la reserva del cauteloso

ni el desconsuelo del doliente;

hay en la garganta

-de todo el que tiene garganta-

un hilo de aire haciéndose nudos,

un grito brutal apretado, atorado;

hay una mueca en el rostro de la vida que, 

con los ojos cansados y llenos de lágrimas, 

va sonando como puede y diciendo:

¡maldita pandemia, por fin muérete!


Irma Pérez



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