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sábado, 20 de febrero de 2021

 He leído:

"Los peces morderán bien el anzuelo justo antes del amanecer y justo después del anochecer, cuando la comida es abundante. Los peces se retirarán a las aguas más frías y profundas al mediodía, cuando el sol está en su apogeo".
No sé si voy a amanecer o estoy anocheciendo, pero tengo una abundancia de letras, una miscelánea de imágenes y un festival de modelos creativos que se me van acrecentando a minuto y van desbordándose, como un líquido emocional que va desembocando en este lago, para nada artificial, en el que me encuentro; así que, tengo mi red repleta, descosiéndose mientras lidio con mi afán para no perder la pesca que se me ofrece en este momento que parece uno entre mil. Yo sé.
No sabía yo, en cambio, que a plena luz y al alcance del ojo, dos agujas al norte anuncian ausencia de vida en ciertos universos; que en ese momento uno tiene el sol -solazo- justo encima de la cabeza y que por eso, al calor de la superficialidad de los conceptos y las emociones, no se puede lograr juntar ni un par de palabras o ideas seguidas; los argumentos se derriten, y la poca inspiración termina en frustración de cenizas de un intento achicharrado. Qué malestar. Qué molestia.
No tenía conciencia yo, entonces, del entendimiento de que cuando queremos decir algo, escribir algo, entregar algo, así como en la pesca, para que un pez/escrito muerda/atrape el anzuelo/intención, hay que saber esperar el momento preciso que es sólo uno; el adecuado instante, la hora más silenciosa y serena, la de la escucha del propio latido, la del agua en calma...; para percibir con absoluta certeza ese ascenso de la burbuja que viene del fondo buscando el respiro de lo que contiene, y que detona con intensidad sobre la superficie el movimiento de las ondas y las olas que definen el poema, la obra de arte, el regalo. Hay que estar despiertos a la hora de más sueño, lúcidos en la hora soñada para escuchar la musicalidad que proviene del lado profundo; ese acorde que suena en el fino espacio de ese preciso instante entre la claridad cuando se torna oscura y, la oscuridad cuando amanece; es decir, en la inefable hora, la del vaivén de los tonos, del ritmo, de la abundancia; la de las dos bellezas, la de la extraordinaria visión, esa, la de la transición de la luz.
No sé si voy a amanecer o estoy anocheciendo pero...
Tengo buena pesca en mis manos, y con fuerza y firmeza sostengo mi red hasta su vacío.
Sírvase quien quiera.
I.P.


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