Uno nunca sabe delante de qué "puerta" está. Tampoco uno puede asegurar en qué instante se entra, en qué momento la voluntad rota sus estaciones y el entorno desaparece en rutina. El tiempo pasa por las pieles de las sillas y el cuero de las manos, la movida es intensa; el orgasmo y el caos son dos brazos alzados a cada lado del vulnerable esqueleto de la vida y pocas cosas permanecen intactas e inmóviles como los ojos yertos de un maniquí. De allí entran y salen para nunca más o para siempre, los nombres y los recuerdos que cuentan la historia que somos, la que vamos haciendo, la intransferible, la irreversible.
Uno nunca sabe de la continuidad nada porque continuar es un verbo plural que funciona paralelo al universo. Sin embargo, todo lo que necesitamos entender y saber es que, aunque lanzados a la vida, siempre hay un hilo que nos enlaza unos a otros, un arnés que nos rodea, un faro que es centro, interior y periferia, y una llave maestra que abre todas las "puertas".
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