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martes, 17 de agosto de 2021

 A veces, a la equivocación, uno entra por la puerta más abierta, más aceitada; esa, la atractiva, la coqueta, la de las luces de neón. Y entonces, uno cree que, literalmente, todo lo que brilla es oro. Hasta que un destemplado, inquisidor y violento resplandor, venido de algún rincón de la consciencia y del sentir más quebrantado, devela lo insuficiente e inconveniente del criterio adoptado, obligándonos a abandonar el lugar y la palabra que no es posible habitar.

Pero ese es, precisamente, el giro que ajusta la tuerca para que no se nos siga cayendo la mirada, para que desde la garganta se equilibren las certezas del norte y el sur; para aprender a no descalificar y dudar de la madera que, sin ser de oro, también tiene en su superficie un brillo auténtico, profundo y espectacular. El brillo que, desde su sustancia, difícilmente decepciona.
I.P.

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