Un caballo negro me galopa el pensamiento,
sus cascos golpean desordenados
levantando polvo y ruido
como retando a la cordura y
a la quietud del alma
un caballo blanco me lleva parsimonioso y firme
entre la espesura de la incertidumbre,
amortiguando el peso y el paso
como aceptando el camino y
al caballo negro que también soy.
Si tuviera que elegir entre uno y otro,
no sería al más veloz ni al más corpulento,
ni siquiera al más imponente
o al más fino;
yo necesito uno
de pecho ancho y piernas ligeras,
un corcel sin amo, amado,
uno
con los dos colores del equilibrio.
IRMA P.
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