Es muy raro poder juntar un par de ideas y encapsularlas en un pensamiento que luego nos salve de alguna cosa, de los síntomas de alguna patología de tipo exitencial, por ejemplo. Con tanta información que nos corre ojo adentro, con la prisa que acosa y con el tiempo que no define, la mente pone a prueba sus circuitos cognitivos, su capacidad de observar, de imaginar, la elasticidad de la memoria, la celeridad de su lucidez. Mientras, el corazón..., ¿qué ve, qué lee? En esas, no hay conciencia de que el ojo es hábil y absorbe todo lo que abarca su campo visual y de golpe y sin discriminar y sin pausa; como una esponja al final del océano, pesada, saturada, sumergida hasta el fondo en aguas blancas y aguas turbias, revolucionando todo su contenido, aumentando su volúmen, cargándose de imágenes mordidas y de abortadas ideas, haciendo que al final no se pueda juntar un par de ideas, juntar alguna cosa, una idea bálsamo, una idea oasis, una idea luz, y salvarnos del aturdimiento y la perturbación que nos impiden ver lo extraordinario y maravilloso de los detalles y el placer insuperable durante la degustación de ciertas cosas; esas cosas, las fundamentales.
Detenerse pues; permitirse la quietud y hallar el placer, y el placer de la quietud. He ahí la cápsula.
I.P.
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