No es que me haya sentado a pensar en la pregunta, ni siquiera se me pasaba por la mente el preguntar alguna cosa; fue de repente, sin más y sin menos palabras. Debo confesar, que luego de postearla me quedé con la mirada fija en un “blanco”, divagando mi propia respuesta y sin mucha expectativa sobre la reacción general frente a tal pregunta. “Qué bueno saber qué piensan todos…”, pensé. En cuanto a mí, me esculqué un poco la consciencia, la voluntad, la expectativa, la memoria, la motivación y el ánimo, y no encontré el fondo ni la forma para una respuesta concreta, y mucho menos concluyente. Como sea, me parece que está bien airear de vez en cuando, lo que reposa encogido y sin luz.
Pero bueno, retomemos: ¿Por qué los poetas “regalan” su poesía?
¿Para qué más es? me respondo con la pregunta y, voy más allá:
Desde mi experiencia personal, no me cabe la menor duda que, escribir es un verbo cuya realización sólo tiene sentido, si cumple con su finalidad de emisión y comunicación. Particularmente, creo que la poesía es un género literario que busca cubrir del frío existencial al ser humano; ella es un acompañante liberador y revelador; un facilitador que camina paralelo al acontecer diario, que sabe moverse entre el contraste de los tiempos y los enfoques, y que también sabe “respirar” dentro de cada elemento sin alterar su esencia y su propósito. A pesar de eso, todos sabemos que ella no siempre es bien recibida, no siempre se comprende, no siempre se acepta, no siempre se acomoda y no siempre gusta. Como todo. De ahí que, hay tantos estilos y formas de decir, como brochazos gruesos y delgados hay en la colección del arte universal.
Por otra parte, creo que, escribir poesía no es como patear un balón o mascar chicle; no es tampoco el más elevado de los oficios, aunque, tan relativo es decirlo, como que el lector se imagine hasta dónde se llega cuando se busca más allá de lo visible y de lo palpable; sin embargo, por su trascendencia existencial, espiritual y emocional, me parece que si algo demandara la poesía, sería un lugar en el corazón del hombre, una mirada abierta y respetuosa; una oportunidad de espacios sin tanto ruido; libertad conjugada en todas sus formas posibles, amplitud en la receptividad, desarme y justa estima. Si bien uno puede quedarse con su poesía guardada en un cajón, por la razón que sea, me parece que hacerlo en estos tiempos donde lo que se quiera leer y publicar está a un clic, tiene que ver con la personalidad de quien escribe y sus propios intereses. Muy respetable. Como dijo alguno por ahí, “De todo hay en la viña del Señor”. Pero, en cuanto a mí, yo sí he “regalado” mi poesía -que no es poca- una y otra vez. La he visto irse, dejarse llevar, consolar, animar; la he visto revolver y remover; la he visto contestar, compartirse; la he encontrado en otros ojos, escuchado en otra voz, en alguna historia, en otro idioma, en otro tiempo.
Esta labor como muchas otras, requiere de vocación principalmente, pero también de disposición, responsabilidad, dedicación, entusiasmo, tiempo, entrega y más. Y creo que, si hubiere lugar a una retribución económica como motivación prioritaria, el próximo poema a escribir perdería la “limpieza” que exige su esencia; además, creo que la inspiración estaría permeada por un interés malsano y perjudicial, una influencia externa muy contraria al ideal de libertad y pureza que requiere el sagrado ejercicio de escribir y, lo que es más trágico aún, acabaría siendo representada por un pedazo de moneda que jamás podría cubrir el incalculable y único valor ético y estético que tiene.
Ah!, si con la poesía se consiguiera dinero, cuántas cosas habría conseguido yo; entre otras, como el poder abrazar personalmente y conocer a todas esas personas que a lo largo y ancho de la geografía del mundo me han regalado su tiempo, sus palabras, sus emociones, sus “si” y sus “no” y todas esas cosas maravillosas que se reciben gracias a una honesta y espontánea correspondencia de doble vía. Eso, “retroalimentación divina” le llamo yo, la que considero, hoy en día, como la representación de una parte importante y no negociable de mi riqueza personal.
Otra cosa es recoger lo escrito, ponerlo en un libro con portada y título, y letras en tinta y papel y nombre propio; otra cosa es revisarlo prolijamente, corregirlo una y otra vez, diseñarlo, detallarlo, gestionar su publicación, esperarlo, recibirlo, promocionarlo y venderlo. ¡Venderlo! eso es otra cosa, ¿verdad?
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