He visto la pura belleza en ese hombre que, ciertamente,
no es el glorioso David de Miguel Ángel;
ya quisiera el Arte, en su magnánima expresión,
haberlo escrito con la mano poética de Wilde o
haberlo recogido en las delicadas partituras de Einaudi o,
en un vuelo de danza clásica,
superarlo con las piernas de un Baryshnikov en su mejor salto
pero esa no es la belleza de lo incomparable que me ocupa,
la que traduce el concepto de mi llenura emocional
tan pobre de expresión y de palabras ahora
a veces dudo de que ese hombre quepa dentro de
los conceptos terrenales que explican lo grandioso y
lo bello y lo espléndido,
de tan amoroso que es
nadie me lo creerá,
pensarán que exagero,
que padezco la ceguera e idiotez del enamoramiento
pero yo lo he visto,
con el corazón lo he visto y con los ojos lo he sentido;
lo conozco y reconozco:
la pura belleza del imperfecto humano,
renombrándose sin orgullo en sus conquistas más nobles;
entregándose al reto, al amor, al adagio;
desprendiéndose continuamente, como el frágil arácnido,
de sus inservibles caparazones;
encaminándose insistente hacia el puerto de sus sueños;
viéndose joven amado-amando, con la piel anciana en
la ultimísima foto de los dos
lo veo, a ese hombre;
habrán de fijarse que todavía no pronunció la palabra "amor"
pero por no caer en redundancias, repeticiones ni empalagos
-para qué mencionar que, además, tiene azules los ojos,
que sus manos son la talla de mis senos, y que también
sus hobbies me alimentan y me cuidan-
su naturaleza es multicolor, mágica y generosa;
explícita, habla por sí sola; solícita, calla ofrecida;
es perfecta en lo imperfecto, ¡pura belleza!
y, todo eso,
de tan virtuoso que él es.
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