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sábado, 30 de mayo de 2020

Los estoy mirando, siempre los miro. Generalmente estoy en la ventana de enfrente, quieta y absorta, como quien está embelesado con un magnífico hirozonte y no puede retirar los ojos de allí. No hablo del parque de los enamorados o de una exhibicion de fuegos artificiales, tampoco de un paisaje de pintura, ni siquiera de un paisaje natural y exuberante; lo que miro es otra cosa, miro a los obreros, a esos hombres de casco o capucha, de overol o jean, de veinte o de cincuenta años, de mochila o morral, con sus pieles curtidas y empolvadas hasta las pestañas y con sus manos..., sus manos callosas, cuarteadas, secas y con heridas; profundamente sucias las uñas, permanentemente oliendo a pintura, a cemento y sudor su ropa y su rastro.
Los veo en las tiendas de esquina, cuando a medio día entran a comprar su almuerzo que consiste -la mayoría de veces- en un litro de gaseosa y muchos panes o comida "de paquete". Muy pocos sacan de su morral la tradicional coca de plástico con arroz, plátano y lentejas y, cuando lo hacen, suelen compartirla junto con su aguapanela, con el compañero que nada trajo.
Los veo subidos en andamios que cuelgan desde pisos altísimos con apenas un arnés que, a veces parece improvisado, con toda la valentía, sin embargo, de quien se sabe en riesgo y aun así, lleva a cabo su trabajo.
Los veo al sol y al agua, sin una indumentaria digna para el sol y para el agua; empapados por horas, de agua y de sol.
Los veo al final del día, en grupos, esperando transporte o un aventón de algún "comedido" que después, seguramente, les cobrará el favor; y a muchos otros, sin ninguna opción, que se van caminando tal como llegaron -muy temprano- en la mañana.
Los veo. Ellos son los mismos que los sábados a medio día, se retiran "a descansar" hasta el siguiente lunes y que cuando reciben su pago, camino a su casa se detienen a comprarse una cerveza y terminan bebiéndose toda la canasta, aunque sepan que el lunes ha de comenzar con la resaca y una quincena más sin una moneda en sus bolsillos. Pero también están los otros, los de la coca de plástico con arroz, plátano y lentejas, los que aseguran el bocado y el abrazo a su familia; los que nadie ve o que ven apenas como si hicieran parte del paisaje de un orden urbanístico al que se da por hecho el que su realización no involucra ningún sacrificio humano.
A ellos los veo levantar vigas y ladrillos, cortar varillas y vidrios, picar, perforar, estucar, aserrar, pegar, calibrar, subir, bajar, subir, "poner un piso sobre otro", ser la mano de obra de los rascacielos, los recintos, los centros comerciales, los puertos, edificios y casas y, de todos los techos en donde tú y yo, vivimos y pasamos lo más de bueno.
I.P.

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"Toda crítica verdadera es un acto de amor".

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