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sábado, 30 de mayo de 2020

Nos pasa a todos: Creer que el otro siente tal como uno siente, que habita un idéntico momento y circunstancia a la de uno, que ve la vida con nuestros propios ojos, que todo le sabe como a uno y que por las mismas cosas que a uno, se le eriza la piel. Gran error. Nada más distante de la realidad y porqué no decirlo, nada más estrecho y egoísta de creer. Ya sabemos que el egoísmo es una forma de la ignorancia, y que ésta es la mayúscula carencia desde donde invalidamos la singularidad, autenticidad y particular identidad de los seres que rodeamos y que nos rodean y su acontecer. Así que, según acojamos esa creencia, así separamos "una casa de otra" y, así vivimos.
Por esto es que comunicarnos, compartir y estar con el otro no es un asunto de poca importancia -aunque la rutina y lo habitual caigan como espeso lodo sobre el brillo de todas las cosas- para más, es una dinámica que, como la de la sabia naturaleza, jamás debería darse por hecho, jamás debería asumirse aprendida ni repetida, jamás debería permitir un intercambio pobre de humildad y de auténtica atención o de ambigüedad en la apertura a lo nuevo y lo distinto o, de vacío de asombro y de buen humor, pero sobre todo, permitirse no ser gobernado por la bondad y las directrices del respeto.
No sé, pienso yo... Tal vez la vida consista, entonces, en ir detrás y continuamente de ese milagro.
I.P.

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