Mientras lo intentaba por enésima vez,
la realidad me gritó lo que yo no quería ver:
Lo que se rompe, nunca más vuelve a ser una sola pieza
pero es que,
me gustaban tanto,
le quedaban bien a mi naríz, a mi informalidad,
eran mi toque de elegancia, de coquetería
sus formas no me ocultaban,
sus filtros me protegían,
las llevaba conmigo como mi pelo suelto
hasta que un día -inexplicablemente-
se cayeron de mis manos
y una pequeña fisura separó su estructura
le quedaban bien a mi naríz, a mi informalidad,
eran mi toque de elegancia, de coquetería
sus formas no me ocultaban,
sus filtros me protegían,
las llevaba conmigo como mi pelo suelto
hasta que un día -inexplicablemente-
se cayeron de mis manos
y una pequeña fisura separó su estructura
las limpié cuidadosamente,
les puse una discreta cinta,
las pegué con la súper gota de la súper goma,
le hice fuerza,
le di tiempo
me las puse optimista, cayeron,
insistí y las acepté rotas, cayeron,
me las puse otra vez, cayeron,
renuncié,
las guardé
hoy, después de unos meses, las
encuentro en los “por si acaso” de un cajón,
volví a creer que podría usarlas
y una vez más probé con fuego,
pero el punto de unión se derritió,
un fluido pegajoso quedó adherido
deformando definitivamente su línea original
entonces fue cuando se me ocurrió limarlas para
recuperar su ajuste y su brillo
pero cuando lo hacía, lo ví:
toda superficie puede limarse y se suaviza
pero limar también es mermar cuando
de aspereza y astillas se trata,
y esa consecuencia podrá sanar las puntas
pero no alcanzará para juntarlas de nuevo
por distancia,
por absoluta distancia.
IRMA P. 2015
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