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domingo, 26 de enero de 2025

 "Son innegables sus características majestuosas y monumentales", se me ocurre pensar... Y entonces, va llegando la inspiración mientras voy reconociendo los detalles que hacen auténtico y entrañable el contenido y el recuerdo del instante de esta foto.  

Así pues, pienso en él, en el amor. El amor que requiere lugar y espacio en cada tiempo; que cada vez que se manifiesta en algo tangible (que lo hace y en miles de formas), requiere de un asiento gigantesco, infinito si acaso, para caber del todo; una silla estable y sólida, tramada en su interior con las venas obstinadas y orgullosas del roble, y diseñada con espléndida métrica suficiente para ajustar la inconmensurable extensión de su esencia sin bordes; una silla acogedora y cómoda en donde sentar indefinida pero confiadamente a la incertidumbre, a la espera, a la rutina y al cansancio; que recoja en sus brazos la oceánica lágrima en compañia. Una silla que aguante lo temperamental de las emociones, el efusivo asalto de las alegrías y el avasallamiento del impacto de las tristezas; que cuando se mueva la tierra -porque se moverá- resista de pie e ilesa, gracias al robusto aguante de sus cuatro patas sin miedo, paradas ellas sobre la flexibilidad de la danza de su elegido suelo; y luego que, de cara a la vida y al retorno de la calma -porque volverá la calma y porque la vida va de giro en giro-, pueda el amor levantarse de allí, una y otra vez y otra, pronunciándose manifiesto, probado, fortalecido y verdadero en la continua y elevada floración de todas sus maestrías. 

Sí, el gran maestro es el amor, magno sobre extraordinarios; sus recompensas lo avalan. 

Y sí, el amor, majestuoso y monumental, no cabe en una silla cualquiera. 


IRMA



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En algún poema te encontrarás un día, y ese será un lugar para tí, a donde volver siempre.

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